lunes, 14 de febrero de 2011

BALADA PARA UN LOCO: EL NEGRO RAÚL

Por Julián Barsky

Originalmente publicado en Revista Todo es Historia, 2006

“…cuando de repente, detrás de ese árbol, se aparece él,
mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizonte
en el viaje a Venus. Medio melón en la cabeza,
las rayas de la camisa pintadas en la piel,
dos medias suelas clavadas en los pies,
y una banderita de taxi libre en cada mano...”
(Horacio Ferrer - Astor Piazzolla, “Balada para un loco”, 1969)


Introducción

Hacia principios del siglo XX, la locura “estaba de moda”. Con la irrupción de Nietzche, Freud y Marx la conducta del ser humano, la familia y la sociedad se habían puesto bajo la lupa. Términos como histeria o alienación empezaban a escucharse aquí y allá. Alemania limpiaba los fusiles bajo la férrea mano del Káiser Guillermo, y los bóers se enfrascaban en sangrienta lucha en la lejana África.
En Argentina, la locura también decía presente. Sarmiento ya había planteado la "civilización o barbarie", Ramos Mejia realizaba sus estudios sobre la neurosis de los “hombres célebres” y Horacio Quiroga conmocionaba a miles de lectores con la historia de cuatro hermanos dementes en “La gallina degollada”. A nivel popular, el horror tenía forma de varón: de París llegaban las noticias del asesino Landrú, Cayetano Godino "El petiso orejudo" y los anarquistas se disputaban el lugar de máxima amenaza para las familias porteñas, mientras que los pregoneros del Boletín de última hora relataban en verso el último crimen ocurrido en la ciudad. La llegada del cometa Halley y su promesa apocalíptica era la cereza de la torta, igualando al mundo en aquella verdadera "marea" de psicosis colectiva.
Es en ese contexto que vendría al mundo “El negro Raúl”.

Nunca tuvo un buen hogar, no fué padre ni buen hijo[1]

Raúl Grigera (¿Grijera, Grigeras, Grigeras?) había nacido hacia 1886. Poco se sabe de su origen, aunque decía provenir de una familia de los barrios del Sur, único retoño de un organista de la iglesia Nuestra Señora de Monserrat.[2]
Hacia mediados de la década del `10 el padre fallecería, por lo que el muchacho debió salir al mundo. Su debilidad de carácter –y quizás algún grado de retardo- no le permitieron conseguir un empleo estable, debiendo conformarse con trabajos eventuales. Uno de los últimos habría sido en un circo, en calidad de clown. Poco después, sin embargo, también fue despedido, sin que se conozcan los motivos.
Raúl quedó en la calle. Comenzó a ganarse la vida a través de la mendicidad, para la que descubrió tener una especial gracia. “Se congraciaba por la risa cordial que blanqueaba en su cara tosca, por algunos pasos de baile, más o menos cómicos, y, sobre todo, por su negrura”, recordaba el escritor Bioy Casares.
Su figura llamó una noche la atención de una “patota”; y a partir de ese momento, su vida no volvería a ser la misma...

Las patotas

"PATOTA. Leng. gen. Conjunto de personas reunidas con algún fin. Pandilla de jóvenes alborotadores y pendencieros, en un principio pertenecientes a las clases más adineradas, amigos de cometer desmanes y agredir a los ciudadanos pacíficos por pura diversión. Por alusión a los patos que remontan vuelo en bandada. Patotero: miembro de una patota" (Gobello, 1997).

Este tipo de pandillas –que contaban además con la protección de la policía- se conocían en Buenos Aires desde larga data. Ya hacia 1862, las crónicas registraban actos vandálicos efectuados por una “patota”. El grupo –que incluía entre sus miembros algunos apellidos ilustres, como Domingo Sarmiento, Bartolomé Mitre y Juan Cruz Varela- había realizado una serie de disturbios en la zona del Bajo. Así lo registraba en su informe el comisario Mateo Pacheco:

“Primeramente vinieron por la calle de Reconquista y rompieron los vidrios del lupanar de Adelaida N. No 167 y de allí siguieron hasta la calle de Mayo y entraron en el lupanar No 198 donde pidieron cerveza y porque no se les despachó empezaron el desorden apagando una lámpara que había en la sala y volteando una olla de la comida que estaba en el patio en un brasero”.

El dueño, alarmado, envió a una de sus pupilas a llamar a la patrulla. Sin embargo, tampoco la llegada de la policía significó el final de la violencia, pues “a la intimación que se les hizo de hacer alto, contestaron algunos con insultos y entre ellos Domingo Robusion que dijo que les había de marcar bala”. Tras una serie de tensiones y amenazas, el escándalo culminaría con la detención de los presentes (Lamas, Binda, 1998:29-30).

Poco después, el tranvía a caballo se transformaba en el principal medio de transporte. Los jóvenes de familia “bien” no solían viajar en tranvía, pero sí se reunían en grupo para “alquilar” alguno y dar un paseo junto con sus damas. No bien comenzado el viaje, desalojaban al conductor, tomando las riendas y lanzándose a todo galope, arremetiendo contra desprevenidos peatones y carros de vendedores. A tal velocidad iban, que ni alcanzaban a escuchar la sarta de insultos que, en múltiples lenguas, seguramente vociferaban aquellos comerciantes al ver su mercadería destruída...

A medida que fueron pasando los años, sus “hazañas” también crecieron. En esa dirección, uno de los casos más notables fue el sufrido por Carlos Gardel en 1915.
En aquella ocasión, el “Morocho” se encontraba en el Palais de Glace con sus amigos Carlos Morganti y Elías Alippi. Este último, actor y bailarín de tango, se lució realizando algunos cortes. Un grupo de "niños bien" comenzó a burlarse, por lo que los artistas decidieron retirarse del local, tomando un coche de alquiler. Una vez en la calle, sin embargo, fueron rodeados por tres coches. Gardel descendió del vehículo, dispuesto a ponerle fin a la persecución:

-Miren muchachos, nosotros somos gente grande y no tenemos nada que ver con las diversiones de ustedes, así que agarren para otro lado y déjennos en paz…

Uno de los agresores –luego identificado como Roberto Guevara- reaccionó inmediatamente, extrayendo un revólver y disparándole a quemarropa. Carlos fue trasladado hasta la Asistencia Pública y luego al Hospital Ramos Mejía, donde los médicos decidieron no extirparle la bala alojada en el pulmón izquierdo, pues no ponía en riesgo su salud.

Curiosamente, la poética tanguera incorporó a su imaginario la figura del “patotero”, pero cubriéndola de una dimensión nostálgica, épica o inclusive humorística. Son los casos de “Una noche de garufa” (Clausi-Arolas, 1909), "Patotero Sentimental" (Jovés-Romero, 1922), o “Shushetta” (Cobián-Cadícamo, 1934), entre otros.[3]

…Y empezó a sonar la orquesta[4]

Una de las esquinas favoritas en el recorrido de los muchachos acaudalados y ociosos, era Corrientes y Esmeralda, como bien lo recordaba Celedonio Flores en el tango homónimo de 1933:

“Amainaron guapos junto a tus ochavas
cuando un cajetilla los calzó de cross
y te dieron lustre las patotas bravas
allá por el año... novecientos dos...”[5]

Precisamente en aquella esquina “vivía” Raúl. Su pinta singular resultó irresistible para el grupo, siendo rápidamente incorporado a la juerga. Al principio, aquello consistió nada más que en vestirlo con los trajes que sobraban de sus guardarropas. El “negro Raúl”, como comenzaron a llamarlo, se paseaba orgulloso con aquel vestuario usado pero de lujo: polainas, bastón, galerita, guantes “patito” y hasta una flor en el ojal. Para completar la parodia del “perfecto dandy”, poco después comenzó a fumar enormes habanos, regalo de algún “protector”.
Viendo la buena predisposición del negro y la conmoción social que causaba tan improbable sociedad, comenzaron a “pasearlo” por la elegante calle Florida. En otra ocasión fueron más allá, haciéndolo desfilar por la Avenida de Mayo vestido con un frac gigantesco y un letrero que rezaba: “se alquila”.
Las chanzas se hacían más pesadas. Cierto día la barra capitaneada por el elegante “Macoco”[6] vistió a Raúl de almirante y lo arrojó a una de las fuentes de Plaza de Mayo. Más adelante, cuando descubrieron que tenía poca “cabeza” para la bebida, se les hizo una costumbre emborracharlo para espiar sus reacciones, y luego arrastrarlo hasta algún cabaret. En una de aquellas oportunidades, lo habrían llevado a un prostíbulo de la calle Junín y simulado su casamiento con una pupila francesa, con uno de los “niños” ejerciendo de sacerdote.
Las bromas continuaron, sin escatimar ingenio ni audacia: Raúl pintado a la cal, Raúl embreado y emplumado, algún bañito a medianoche en la tina para caballos...
Hacia principios del siglo XX, estaban de moda entre las familias acomodadas los viajes a París por simple distracción. En aquellas travesías, los porteños se harían fama de derrochadores. A tal punto llegaría que luego, cuando un comensal de cualquier nacionalidad realizaba un exagerado gasto, se decía:

-Es rico como un argentino...

Así pues, en cierta ocasión, el “negro Raúl” fue llevado por un grupo que juzgó irresistible la tentación de pasear a su bufón por los elegantes boulevares de la capital francesa. Poco se sabe de aquella aventura, salvo que le hicieron pedir limosna en la vía pública.
Realizaría un segundo viaje por cortesía de sus compañeros de juerga, esta vez de cabotaje. El destino: Mar del Plata, la ciudad balnearia por excelencia en aquel entonces. Para la ocasión, lo encerraron en un ataúd y lo cargaron en un tren, remitiéndolo como regalo bajo el cartel de “FRÁGIL” a las tías de uno de los juerguistas, quienes vivían en el balneario. Grande fue el susto cuando, al abrir el cajón, vieron emerger la figura del moreno, medio asfixiado y vestido con su ropa de gala.

Una historia de locos

 
Simultáneamente a aquellas travesías, comenzaban a llegar de Europa los primeras teorías sobre la alienación y las conductas sociales. En ese sentido, será clave la figura de Ingenieros, fiel representante de un pensar y sentir de la época.
Giusseppe Ingegnieros –tal su verdadero nombre- había nacido en Palermo, Italia, en 1877, mudándose poco tiempo después a Buenos Aires con sus padres. Tras finalizar el secundario en el Nacional Buenos Aires, ingresaría a la Facultad de Medicina. Además de una fuerte militancia en las filas del socialismo, en pocos años se destacaría en una amplia cantidad de campos, que iban desde la sociología hasta la antropología criminal, la medicina legal y la psiquiatría.
Hacia fines de la década del ´10, publicaría “Historia de la locura en Argentina”, una larga recopilación de datos y publicaciones acerca de locos, alienistas y asilos, que constituiría la primera historia de la psiquiatría en el país.
En dicho libro, Ingenieros comenzaba desarrollando un recorrido por el período colonial. Por aquel entonces, narra, los alienados eran divididos en tres grupos: los furiosos, los deprimidos y los tranquilos.
Los furiosos eran conducidos a la cárcel, donde se les aplicaban castigos corporales con el fin de "amansarlos". Pasado el período de agitación, volvían a su hogar de origen, para seguir “la cura” con el Padre o el Hechicero, según la raza.
Los deprimidos eran asistidos en su domicilio. En el caso de que la enfermedad se hiciera crónica, la familia lo recluía en una habitación separada de las otras o sino, se lo enviaba a una quinta, bajo el cuidado de un fraile o monja de elevada edad... y discreción.
Los tranquilos estaban dividos, a su vez, en tres grupos: los "maniáticos", los "zonzos" y los "graciosos". Los primeros eran delirantes parciales, que podían llegar a adaptarse al medio; los segundos, más indefensos, solían quedar confinados al hogar, donde desempeñaban tareas menores y hacían vida familiar.
Con respecto a los "graciosos" –a los que luego se llamaría “locos lindos”-, éstos “alegraban la vida urbana y se les trataba en todas partes con simpatía; los Incas habían tenido bufones y siguieron teniéndolos los virreyes, gobernadores y obispos, y más tarde los mandones de toda América. En algunas familias adineradas se acostumbraba tener uno o dos locos parlanchines, para alegrar la mesa, divertir a las relaciones y entretener a los niños” (Ingenieros, 1919:15-6). Como vemos, la historia del “negro Raúl” dista de ser un accidente, sino que pertenece a una larga tradición.

 

La raza negra lucha por la vida


PA000677Además de realizar aquel exhaustivo trabajo de recopilación sobre el tratamiento de la locura, Ingenieros contribuiría al pensamiento local con otros aportes. Se basaba en una tesis claramente determinista, en la cual el hombre no escapaba a las leyes generales del principio biológico-evolucionista de la selección natural. De este modo, los productos culturales -incluidas la economía y la moral-, no serían sino mecanismos biológicos orientados a la conservación de los individuos y su comunidad.

“Todos los seres vivos luchan por la vida. El hombre, lo mismo que las otras especies, está sometido a ella; las sociedades humanas, lo mismo que las otras sociedades animales. Individuos y naciones, partidos y razas, sectas y escuelas, luchan por la vida entre sí, para conservarse y crecer”.

Para ser parte de esa lucha por la supervivencia, la Naturaleza habría provisto a los seres vivos de distintos medios. Estos estaban vinculados básicamente a dos categorías: los unos a base de fraude, los otros fundados en la violencia. Esta lucha incluía a los sexos, las clases sociales y hasta las razas.[7]

Antecedentes
En Buenos Aires, los negros habían sido emancipados hacía mucho. Hacia fines del siglo XVIII, el crecimiento demográfico de la población negra obligó a sus amos, incapaces de sostenerles, a otorgarles la libertad. A cambio, aquellos permanecerían bajo su tutela, ocupándose de las actividades de mantenimiento doméstico y producción: quinteros, cocheros, albañiles, peones, lavanderas, dulceras, amas de cría, etc.
La conversión al catolicismo sería otra condición impuesta a los negros quienes sin embargo, nunca abandonarían totalmente sus ritos originarios. Y desde este mismo punto de vista, preferirían entregarse a los cuidados del hechicero de su “nación” que a los frailes encargados de la medicina oficial. Sin embargo, según Ingenieros, las prácticas médicas de los brujos contribuían más a producir la locura que a otra cosa. El filósofo, que supo presenciar en su infancia alguno de estos ritos, lo describía así:

“Solían reunirse, en efecto, a "bailar el santo", ceremonia místico-brujeril que precedía a las invocaciones, profecías o curaciones. Al son de tamboriles y otros instrumentos africanos se hacían ofrendas en especies ante un altar afro-católico, en que se mezclaban estampas, santos, útiles de cocina, sartas de cuentas de vidrio, caracoles, comestibles, bebidas, armas, patas de gallo, cuernos de animales, plumas, etc.; el sacerdote o brujo hacía invocaciones en la lengua africana que a veces eran repetidas o coreadas por la concurrencia, hasta que algunas de las negras presentes se ponía a bailar, agitándose cada vez más, hasta caer presa de un ataque hístero-epileptiforme, seguido de un sopor cataleptóideo, que, según la protagonista, duraba pocos minutos o varias horas. Ya el "santo" (nombre colectivo del altar o particular de alguna imagen), estaba "bailado"; entonces el brujo operaba con palabras y con las manos sobre el enfermo, si estaba allí, o le enviaba algún talismán o amuleto, por medio de sus parientes, si su enfermedad impedía traerlo” (Ingenieros, 1919:13-4.).

Con el devenir de los años, la creciente inmigración europea y la paulatina desaparición de la gente de color, todo lo relacionado con el negro -sus bailes, su habla, su vestimenta, etc.- pasaría a ser visto como curioso, excéntrico, o directamente peligroso.[8] En esta dirección, no resulta sorprendente ver que los alienados de piel negra y mulata adquirieran gran fama en Buenos Aires, destacándose por encima de los blancos.
El primer antecedente registrado de un alienado de color es quizás el de un mulato que fuera cliente de los abuelos del doctor Vicente F. López. El hombre en cuestión sufría periódicamente la locura de creerse rey de su "nación", padeciendo un par de semanas de agitación, seguidas por tres o cuatro meses de melancolía.  Fue reclutado para combatir en el Alto Perú durante el período revolucionario, de donde no volvería.
A fines del siglo XVIII, los locos e incurables de Buenos Aires se hallaban confinados en un rancho pegado al hospital San Martín (luego llamado Santa Catalina). Los de mayor aptitud pasaban a trabajar de sirvientes o enfermeros en el propio hospital. Hacia 1820, uno de aquellos alienados había adquirido fama en la ciudad, especialmente en la barriada de San Francisco. Aquel negro fue muy pronto conocido por "el loco del hospital", y su manía era la de creer que un brujo le había introducido en el abdomen varios sapos, los cuales se dedicaban a comerle "los hígados".

Sin embargo, la “fama” de los locos negros se consolidaría recién con la irrupción en el poder de Juan Manuel de Rosas.
Las crónicas cuentan que durante su juventud, Rosas frecuentaba los puestos y bandolas de las recovas, en la plaza de la Victoria, “armando juerga en torno de algún negro o mulato extraviado de juicio, que mezclaba las procacidades de su delirio con risueñas retóricas de exaltado patriotismo”.
“Desde que Rosas llegó al gobierno –cuenta Ingenieros- se organizó en torno suyo un cuerpo de bufones; unos le servían para alegrar el ánimo, otros para fastidiar a personas antipáticas, varios como agentes de propaganda política y no pocos en su complicadísimo servicio de espionaje”.
Cuatro personajes se destacarían en esa “trouppe”, con la singularidad de ser mulatos tres de ellos y el restante negro: Don Eusebio, el Reverendo Padre Viguá, el Loco Bautista y el Negro Marcelino.
Don Eusebio de la Federación era el más hábil de ellos. Con gran perspicacia, descubría enseguida cuál de las personas presentes era la más antipática para su amo, y sobre ella comenzaba sus burlas, señalando elementos de su vestuario o haciendo comparaciones ridículas con alguna parte de la anatomía. El burlado no podía hacer otra cosa que soportar las “atenciones” del mulato, sonriendo cortesmente hasta que Rosas, fingiendo fastidio, ordenaba cesar la farsa.
Siguiendo en categoría, aparece el Padre Viguá, o “Su Paternidad”. Las “bromas” del Padre consistían principalmente en dos: dormir en las mejores camas de la quinta (exceptuando las de Rosas y su hija Manuelita), y torturar verbalmente a los prisioneros.
En el primer caso, Viguá solía acostarse en cualquier cama que le viniera en gana, agrediendo al dueño si éste le exigía su devolución. Cuando el burlado reaccionaba, golpeando al loco o algo por el estilo Rosas intervenía, siempre en beneficio de Viguá. El Padre se vengaba al poco tiempo de su castigador, jugándole alguna broma pesada en presencia de Rosas, y por consiguiente libre de peligros.
Con respecto a lo segundo, el caso más resonante fue la ejecución de los hermanos Reynalé. En dicha ocasión, Rosas envió a Viguá a mortificar a las víctimas, ofreciéndoles el perdón eterno a cambio de la confesión. Guillermo Reynalé, cansado del hostigamiento del mulato, le dio una bofetada. El hombre pagó caro aquel golpe, pues aquel día no recibió alimento alguno y sufrió una fuerte golpiza, para que aprendiera a respetar a los enviados del Gobernador.
Pero ser bufón de Rosas no implicaba únicamente privilegios, pues también era común que el gobernador descargara su fastidio sobre ellos. Tales eran los casos del Loco Bautista y el Negro Marcelino.
Bautista solía ser empleado como víctima pasiva de las diversiones del gobernador y sus compinches: se dice –quizás exageradamente- que solían inflarle los intestinos por medio de fuelles y luego lo montaban en espuelas, o bien le arrancaban los pelos del periné con pinzas.
Marcelino completaba el cuadro. Debido al color de su piel, su "rango" era inferior en relación a los otros bufones. Su papel, en cambio, cobraba importancia en las comisiones enviadas a la ciudad en plan de burla, y en las pequeñas raterías a las que lo solían enviar el Padre Viguá o el propio Rosas.

La lucha por la vida desde el aspecto individual


Expusimos antes el pensamiento de Ingenieros con respecto a los condicionantes sociales y raciales en la lucha por la vida. Podría inferirse erróneamente de ello que el teórico no dio importancia al aspecto psicológico. En este sentido, sostenía que había dos factores determinantes en la personalidad y la conducta: el temperamento –la predisposición inicial del individuo para responder a las influencias del medio-, y la experiencia, donde radicaría la explicación de todo fenómeno psíquico, desde el más elemental hasta el más complejo.
Sin embargo, pensar en la existencia del libre albedrío sería un error, pues lo que llamamos “elegir” es un proceso puramente biomecánico y bioquímico. Es decir, que sería “tan poco libre el hombre de genio cuando inventa o descubre, como el criminal cuando mata o estupra; el primero no puede evitar el invento ni el segundo su delito”.

Fueron años de cercos y glicinas, de la vida en orsay, del tiempo loco[9]

Visto desde este punto de vista, el destino de Raúl parecía sellado o, al menos, justificado.[10] La única posibilidad que podía tener un hombre de su condición para sobrevivir, estaba en las estrategias que utilizara en la lucha por la vida. Descartada la violencia, sólo le quedaba la simulación. Quizás fuera por ello que el moreno aceptaba las burlas de tan buen grado, exagerando sus modales y sobreactuando la locura con gestos grandilocuentes y sonoras carcajadas, como lo recordaba Bioy Casares:

“Yo siempre creí (sin indagar mucho las causas) que el Negro Raúl me conocía. El hecho me infundía cierto orgullo. Evidentemente, el Negro me saludaba como a un conocido y hasta hoy no se me ocurrió pensar que para lograr sus fines le convenía esa actitud de personaje conocido y aceptado. Desde luego, en esto no mentía; él era un hombre conocido, más conocido que muchos de sus protectores. Ahora estoy por afirmar que me llamaba Adolfito; habrá oído a la niñera, que me llamaba así, y debió de ser bastante vivo, rápido para pescar en el aire informaciones útiles.
“Me acuerdo del Negro, parado y gesticulando, en medio de la calle Uruguay o Montevideo, mientras yo lo miraba y le tiraba monedas desde los balcones del tercer piso de la casa de mi abuela, que hacía esquina (Uruguay 1400), donde vivíamos en aquellos años. Debía de haber entonces poco tráfico, ya que el Negro hacía sus piruetas en medio de la calle y mirando para arriba a la gente que le arrojaba limosna desde los balcones y ventanas” (Bioy Casares, 2001).

Hacia mediados de la década del `10, las historietas cómicas ya se hallaban afincadas en el gusto popular. Ligado a la fuerte corriente nacionalista que parecía afiebrar Buenos Aires, los dibujantes comenzaron a buscar modelos locales acordes con la nueva idiosincracia del lector.
En 1916 el dibujante Lanteri publicó en El Hogar una historieta titulada “Las aventuras del negro Raúl”, inspirada en el personaje homónimo. La misma consistía en un tema central (“Raúl en la parada”, “El viento y la moda”, “Un partido de football”), desarrollado a través de las desventuras vividas por el mendigo. El último cuadrito mostraba al personaje en situación ridícula, mientras abajo se leía una moraleja en verso. La historieta saldría por espacio de tres años.


En 1919, el cine también repararía en Raúl. En este caso, se trató de un largometraje llamado Una noche de gala en el Colón (también conocido como “La Carmen Criolla”). La película, producida por Valle y animada por el mono Taborda, estaba dividida en dos partes. La primera, realizada en base a muñecos, comenzaba ambientada en el vestíbulo del teatro, concluyendo cuando el público tomaba asiento. La segunda parte, hecha en dibujos, mostraba la representación de la ópera, con el presidente Yrigoyen haciendo de “Carmen” y sus ministros en los otros papeles; desde el foso, una orquesta de gatos se encargaba del acompañamiento musical...
Para realizar los muñecos “Taborda, trabajando en base a fotografías o a impresiones personales, según los casos, dibujó los rostros de Yrigoyen, de sus colaboradores inmediatos y de varios tipos infaltables en los grandes acontecimientos: Benito Villanueva, Julito Roca, el “payo” Roqué, el “negro” Raúl, Peracca, Saavedra Lamas, Guerrico Villiams, Alfredo L. Palacios, etcétera, etcétera.
“Sobre los originales preparados por Taborda un escultor confeccionó los modelos en plastina; luego de las correcciones necesarias se prepararon los moldes y se hicieron los muñecos, que posteriormente fueron pintados” (Di Núbila, 1996:75-6). Pese a sus notables innovaciones técnicas, el film  distó de ser del agrado del público.


El tango tampoco olvidó al moreno. Ángel Bassi, de la Guardia Vieja, compondría “7° Tango Criollo para piano”, dedicándolo "Al popular Raúl Grigeras". Por su parte, Sebastián Piana creó una serie de tangos fusionados con candombe, a los cuales el poeta León Benarós puso letra. Las mismas estaban basadas en casos documentados de negros entre 1790 y 1916, y entre ellos destacaba uno dedicado al “Negro Raúl”, titulado “Títere roto”.[11]
Raúl además sería recordado en un tango póstumo, “Madrugada porteña” (Punzi y libertilla, 1984):

“Madrugada porteña,..de Corrientes angosta
que tenía los ojos esmaltados de azúl
con un cielo de nubes, mas allá de la costa
de una rubia del brazo,..con el negro Raúl”.

¿Por qué los años locos, de ayer, no vuelven más?[12]

A comienzos de la década del 20, la crisis económica empezó a afectar las cotizaciones de los productos agrícola-ganaderos. Los “niños bien” debieron entonces olvidarse de sus “calavereadas” y dedicarse al cuidado del patrimonio familiar.
“El negro Raúl” fue uno de los juguetes más rápidamente desechados. Obligado a buscar otras fuentes de subsistencia, comenzó a vender sus pocas pertenencias. Únicamente conservaría un anillo estrambótico, ciertos giros idiomáticos, y un aire a caballero caído en desgracia.[13]
Empezó a deambular por bares y cafés, contando su historia por monedas o mejor aún, a cambio de un vaso de vino. Los vecinos de Montserrat, apiadados, le daban de comer. Sin residencia fija y cada vez más perdido en el alcohol, entró en una fase delirante. Sin embargo, de vez en cuando tenía raptos de lucidez (como en una ocasión en que lo corrieron a piedradas cuando se hallaba tentando suerte en un barrio alejado del centro) desapareciendo por algún tiempo, avergonzado.[14]
Muchas veces se lo dio por muerto (los periódicos publicaron su necrológica en alguna oportunidad). Sin embargo, al poco tiempo Raúl volvía a aparecer, reiniciando sus rutinas y morisquetas en busca de una limosna. Solía cantar, incansable, un estribillo que rezaba:

“Se acabó Buenos Aires…”

Tenía razón: Buenos Aires se acabó; al menos para él. “El negro Raúl” cayó en el olvido, y nada más se supo. Treinta años más tarde, las crónicas registraron su muerte: el 9 de agosto de 1955, Raúl Grigera (¿Grijera, Grigeras o Grigeras?) fallecía en la Colonia Psiquiátrica Nacional de Open Door, en el partido de Luján. No hubo nadie que reclamara los restos del almirante sin batallas, de aquel dandy de opereta, de un verdadero artista del hambre.

“y así, medio bailando, medio volando,
se saca el melón, me saluda, me regala una banderita
y me dice adiós”.




Bibliografía

BIOY CASARES, A.
-2001, Descanso de Caminantes – diarios íntimos, Daniel Martino (ed.), Sudamericana, Buenos Aires.
DI NÚBILA, D.
            -1998, La época de oro, Ediciones del Jilguero, Buenos Aires.
            -1996, Cuando el cine fue aventura, Ediciones del Jilguero, Buenos Aires.
GERMINO, M.E.
-2001, “Estaciones de tramways”, en Primera Página, No.82 - Enero/Febrero de 2001. Disponible en web: http://www.info-almagro.com.ar.
GIORLANDINI, E.
-s/f, “Patotero Sentimental”, en Chamuyando tangos. Disponible en web:
GOBELLO, J.
-1997, Nuevo diccionario lunfardo, Corregidor, Buenos Aires.
INGENIEROS, J.
-1903, La simulación de la locura, Buenos Aires.
-1919, Historia de la locura en Argentina, Buenos Aires.
-1919 (1906), Crónicas de viaje, L.J. Rosso, Buenos Aires.
-1956 (1903), La simulación en la lucha por la vida, Elmer Editor, Buenos Aires.
-1957 (1918), Sociología argentina, Elmer Editor, Buenos Aires.
Laferrére, Gregorio de
-1905, Locos de verano. Obra en tres actos. Compañía Nacional Gerónimo Podestá.
LAMAS, H., E. BINDA
-1998, El tango en la sociedad porteña, Ediciones Héctor L.Lucci, Buenos Aires.
PUCCIA, E.H.
-1997, El Buenos Aires de Ángel G.Villoldo, Corregidor, Buenos Aires.
REQUENI, A.
-2006, “Familia de dos siglos. Los Álzaga y sus épocas”, en  Suplemento Cultura, La Nación, Domingo 4 de junio de 2006.
RAMÍREZ VILLASANTI, E.
-2001, “Historia de la ciencia y del pensamiento americano. El Idealismo de José Ingenieros”, en Arandú, No.1, Buenos Aires. Disponible en web: http://www.fundacionazara.org.ar/Down/Ingenieros.pdf.

TRILLO, D.

                -1982, “Crónicas mas o menos veraces. El negro Raúl”, en SuperHum(r), No.19, julio/agosto 1982, Buenos Aires.

VÁZQUEZ LUCIO, O.

            -1985, Historia del humor gráfico y escrito en la Argentina, Vol.1, EUDEBA, Buenos Aires.

Agradecimientos
            A la Profesora María Cristina Moreno, por sus reflexiones sobre la conformación de las “patotas”, su relación con el patriciado, y el rol del hombre de color en la Buenos Aires del siglo XIX.


[1] De “Un loco en la calesita” (Páez, 1983).
[2] En 1755 fue creada en Buenos Aires la Hermandad de Nuestra Señora de Monserrat. Un año después, se le encargó al arquitecto Antonio Masella el proyecto de una iglesia. Construida con ladrillos de adobe blanqueados a la cal, y con un cementerio anexo, la iglesia fue erigida parroquia en 1769.
A mediados del siglo XIX, la falta de mantenimiento había deteriorado el pequeño edificio. Una comisión de vecinos tomó a su cargo la construcción de una nueva iglesia, inaugurada el 1° de septiembre de 1865.
[3] “Toda la calle Florida te vio/ con tus polainas, galera y bastón.
Te apodaban "el shusheta”/ por lo bien que te vestías.
Peleador y calavera/ a tu manera te divertías...
Y hecho un Dandy, medio en copas, / en los altos del Casino
la patota te aclamaba / si milongueabas un buen gotán”.
[4] De “Un loco en la calesita” (ob cit).
[5] Aparentemente, aquella trifulca ocurrió. Algunos de los protagonistas habrían sido Jorge Newbery (de quien se dice que fue el autor del “cross”) y Horacio Anasagasti, quienes más tarde compartirían proyectos vinculados a los viajes en globo y automóviles.
[6] “Macoco” era el apodo de Martín Álzaga Unzué, famoso “playboy” y juerguista (de hecho, se sospecha que Cobián habría compuesto el tango “Shushetta” inspirado en él). Descendiente de familias de linaje, supo ser “gran deportista, campeón de automovilismo, habitué de los salones y cabarets de París, amante -cuando se estableció en Hollywood- de Gloria Swanson y de otras célebres actrices, y dueño del "Marocco", de Nueva York” (Requeni, A., La Nación, 4/6/2006).
[7] “La superioridad de la raza blanca es un hecho aceptado hasta por los que niegan la existencia de la lucha de razas. La selección natural, inviolable a la larga para el hombre como para las demás especies, tiende a extinguir las razas de color, toda vez que se encuentran frente a frente con la blanca en las regiones habitadas por ésta” (Ingenieros, 1957:29).
[8] “Los negros se han extinguido; los mulatos de la zona templada son cada vez más blancos. En Buenos Aires, un negro argentino constituye un objeto de curiosidad” (Ingenieros, 1957:326).
[9] De “A Homero” (Troilo-Castillo).
[10] Es interesante ver cómo estas teorías (se) reflejaban (en) el imaginario popular. Por ejemplo, en la obra de teatro “Locos de Verano”, Severo, hombre de avanzada edad e incierto pasar económico, es rechazado por  Mariana, sirvienta de la casa. El hombre se encoge de hombros y da a entender la razón del desplante: “¡Es claro: viejo y pobre, corresponde a la categoría de negro!”.
[11] Dichas canciones permanecieron en el anónimato por décadas. En 2002, el músico Juan Pablo Greco los presentó en un espectáculo titulado “Cara de negro”, en el Centro Nacional de Música y Danza.
[12] De “Boliche de cinco esquinas” (Díaz Vélez).
[13] “Un principio de fisiología establece que la actividad insistentemente repetida tiende espontáneamente a convertirse en automática. (...) En el orden psicológico ocurre exactamente lo mismo (...) De esta manera se producen las que podríamos llamar "ilusiones de repetición", en las cuales un sujeto que repite conscientemente la interpretación falsa de un hecho, acaba por hacerlo automáticamente, perdiendo la conciencia del hecho real. Por este proceso llegan los mentirosos a considerar ciertas sus propias mentiras” (Ingenieros, 1903:98).
[14] “Indudablemente la conciencia de la propia locura puede existir en los alienados. Muchos enfermos (...) se sienten alienados, pero su voluntad está anonadada o es impotente para oponerse a la acción perturbadora de la idea delirante; comprenden la anormalidad de su estado, saben que sus impresiones son mórbidas, sus ideas falsas, absurdas, irracionales, que sus preocupaciones son imaginarias y sin otra causa que el propio desequilibrio de su mente. Se saben alienados, pero no pueden dejar de serlo” (Ingenieros, 1903:18).

3 comentarios:

  1. Hola, lo felicito por su nota, excelente!!!, quisiera saber si me puede informar de la fuente de la frase de Raúl Grigeras: “Se acabó Buenos Aires…”, pues no he podido encontrarla. Gracias! pcirio@fibertel.com.ar

    ResponderEliminar
  2. Los estudioz realizados por un gran pensador profesor yfilosofo
    Como el dr jose ingenieros

    Nos revela en forma clara como
    Las personas que ostentaban el poder real
    De ese momento hacian de sus diversiones
    De desmanes y tropelias continuos actos
    Si se quiere hasta de crueldad con ciertos personajes que por su condicion de desvalia tal vez siquica o fisica
    No tuvieron otra forma de sobrevivir
    Mas que sorportando las acciones que sobre ellos ejercian quines no tuviero la grandeza ni el corazon de protejerlos

    Esto fue partee la divertida juventud
    De la muchachada BIEN de familias de apllidos de linaje del buenos aires

    ResponderEliminar
  3. Del buenos aires del ayer
    Que DIOS se apiade del negro raul
    Y en nombre de el de todos los que
    Sufrieron su mismo derrotero y mala suerte

    ResponderEliminar